Ángel Gaminde. Abogado. Presidente de Res Pública.-
Es perfectamente posible, desde que tengo uso de razón y de eso ya ni me acuerdo, que no haya conocido ministros tan solemnemente serviles como algunos de los que ocupan actualmente ciertas carteras ministeriales. Y me refiero, a fin de no equivocarnos, a los más llamativos por sus intervenciones públicas.. Los Wert, Fernández Diaz y Ruiz Gallardón (la esperanza fallida de la derecha racional, perdido por su propia ambición y desmesura).
Ruiz Gallardón
Cronológicamente, Alberto es el primero que comenzó con sus tropelías más derechosas. En lo que a la profesión de abogado hace referencia, su famosa Ley de Tasas, que también afecta al mundo judicial y a todos aquellos que nos movemos en su entorno -como los Procuradores- y que tantas manifestaciones, plantones, reuniones y protestas ha producido, sin que ninguna de ellas, de otro lado, sirviera absolutamente para nada, porque, entre otras tristes cosas, todo este tipo de pronunciamientos públicos les trae el pairo a los Gobiernos, ya que todo ello es perfectamente asumible para todos ellos, sea éste del color que fuere. Así pues, las cosas siguen exactamente igual ahora, en esta materia, que en tiempos del invicto Caudillo Franco.
¿Qué pretende el Gobierno con esta clase de medidas, adoptadas, ideadas y puestas en marcha por nuestro ínclito ministro de Justicia? ¿ Recaudar dinero?. Si, pero no sólo. Ni esencialmente. La esencialidad de las medidas se halla en otro lado distinto del mero hecho recaudatorio. Se trata, a mi modesto juicio, de eliminar jueces, secretarios y funcionarios en general, y evitar así, por eliminación e innecesariedad, la creación de nuevos Juzgados, lo que supone un ahorro considerable de dinero. Es decir. La Ley de Tasas trata -y parece haberlo conseguido- de que el ciudadano deje de litigar. Si no hay pleitos, ¿para qué queremos jueces, Juzgados y funcionarios varios?
Lo natural es que, si es suficiente con lo que tenemos, no se convoquen más oposiciones, de cualquier orden que fueren, porque con ello, como mantengo, menos funcionarios a pagar, menor creación de Juzgados, con todo lo que ello comporta de ahorro presupuestario. Y que los chicos que salen de la Universidad (porque esta es otra cuestión, ya que los padres nos hemos empeñado en que todos nuestros hijos “tengan carrera” y que sea universitaria, nada de F.P.) busquen por otro lado la manera de subsistir. ¿Cómo?. Y a los Gobiernos como el actual, de carácter eminentemente capitalista ¿qué le importa tal preocupación ciudadana? Será el individuo el que deberá “buscarse la vida”. El Gobierno procura colocar, como máximo, a sus ciudadanos en la misma línea de partida, con el mejor bagaje formativo posible. A partir de ese momento, el asunto pasa a ser de la exclusiva competencia ciudadana y el Gobierno de turno deberá ocupar su tiempo en fomentar la competencia, la competitividad entre unos y otros, procurando, eso sí, que no se canibalicen entre sí. Nada más.
Y de otro lado, mis queridos colegas, sean éstos abogados, jueces, magistrados, fiscales y demás gentes bienintencionadas del foro, hacedme caso y abandonad de una vez y para siempre esas reuniones a pié de las escalerillas de los Palacios de Justicia, porque el efecto que las mismas producen, a nivel de causar una cierta inquietud en el Sr. ministro, es del orden menor que cero.
O se eleva el nivel de protesta, de forma progresiva, a fin de que el Gobierno sienta en sus carnes el peligro de su próxima reelección -se legisla y se adoptan decisiones con este único pensamiento- o más vale dejarlo. Una buena huelga nacional -durante no menos de quince días, para empezar- de todos los que nos reunimos en las escalinatas, empantanando la Administración de Justicia, sería más efectiva. Hagamos inútiles los tribunales. Que los palacios se queden como deben estar, desiertos, y que todos aprendamos a resolver los conflikctos vía amistosa.
Hoy ya se está poniendo en marcha en España un nuevo sistema de resolución de conflictos por esta vía, conocido con el nombre de Derecho colaborativo, cuya cabeza visible se halla en algunos colegiados de Alava (María José Anitua es su alma mater), y que se está extendiendo por nuestro Colegio. No sería malo ir pensando en desarrollar este sistema (ya implantado en varios países europeos), porque mucho me da que, con los ministros que nos está tocando padecer, nuestra Administración de Justicia va a carecer de sentido alguno. Es su triste destino.
Fernández Díaz
Y paso al examen del segundo de los implicados en la situación actual y cuyo análisis me he propuesto. Se trata , claro está, de ser crítico con quien gobierna. Vamos allá con el Sr. ministro de Interior, D. Jorge Fernández Diaz.
Tan sólo una pregunta que me hago constantemente, extrañado. ¿Qué hace o pinta un supernumerario del Opus Dei al frente del Ministerio del Interior? ¿Cómo compagina las enseñanzas evangélicas de la no violencia predicadas por su jefe, Jesucristo, con la utilización y puesta en práctica de la violencia policial y de las torturas? Nunca lo he entendido, ni jamás lo entenderé, porque, item más, podían, los distintos ministros al efecto, decir, declarar o mantener que tratan de modificar el sistema desde dentro. Pero ni desde dentro, ni desde fuera, ni a derecha o izquierda (excepción hecha de cuando pasó por el Ministerio D. Juan Alberto Belloch y su equipo) se ha intentado jamás por el Sr. ministro eliminar tales prácticas y sustituirlas por un Ministerio en el que la inteligencia sustituyera a la brutalidad.
También nos convendría examinar quién es él, qué decisiones toma y qué cosas o soflamas nos regala este ministro de la porra. Y es que, aún cuando a veces trate de disimularlo, es esencialmente eso, el ministro de la porra, porque ha tratado y tratará de resolver los graves conflictos que el orden público y los tribunales le plantean por medio de porrazos, prisiones y encarcelamientos, y sin que le cause ninguna preocupación la situación de los presos y su posible reinserción.
Y sin temor alguno y con menos rubor que el que él utiliza, podemos afirmar que también este hombre, de seguir así, camina inexorablemente hacia la creación o existencia de hecho de un Estado absolutamente policial, en el que la palabra democracia, por inexpresiva, inútil y poco convincente, va tendiendo a desaparecer, porque además molesta, en cuanto que estorba a la hora de esa tan anhelada por el Sr. ministro transición hacia un régimen autoritario, cuando menos, si no deviene, por expreso anhelo del mismo, en un modelo simplemente antidemocrático. Que parece contar con el asenso de todos sus colegas ministeriales y de la aprobación, aplauso y beneplácito del presidente del Gobierno.
Y es en este momento cuando entre estos dos personajes, cuyo nivel de inteligencia política se ha detenido en el porrazo, el pelotazo y con la utilización de esos especiales fusiles de los que se hallan dotados los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, se ha decidido acudir a lo más sencillo: la violencia institucional generalizada, devenida en ocasiones en la tortura. Todo es bueno para llevar el orden, el sosiego y la quietud más mortecina a las calles, con la imposición además, en su caso, de penas cada vez más severas y la progresiva eliminación de aquellas medidas legales que buscan la reinserción, palabra que debería desaparecer, si no del diccionario (al menos habría de ser conservada entre las reliquias del lenguaje, a fin de usarla en Pasapalabra), sí del uso cotidiano, en vista de la escasa o nula utilidad que debería presumírsele.
El lenguaje cuartelero del Sr. Fernández me hace pensar que, si hizo la mili, no pasó de cabo primero, esos que transmiten sus órdenes a base de juramentos, blasfemias y demás modos tan finos del lenguaje. Ahí se estancó, porque cuando uno escucha y dice «va, ahora sí, ahora el tal Fernández Díaz va a razonar», resulta que ¡qué va!, él no pasa de la primera frase, porque la segunda ya se halla adornada de exabruptos gramaticales y jurídicos, que resultan, entre otras cosas, difícilmente soportables y entendibles, salvo para los del barrio de Salamanca, que muy finos ellos/as pero a quienes encanta la hostia al disidente, por el mero hecho de serlo. De ahí que, inmediatamente, si es preciso, cambie el tercio y mantenga a machamartillo eso de más policía, más armamento, más violencia, más prisión. Cualquier cosa excepto ponerse a pensar en qué otras medidas podrían adoptarse a fin de conseguir que la delincuencia disminuyera o desapareciera. ¡Es muy sudoroso lo de ponerse a discurrir! Y esto, sudar, aunque sea discurriendo, es muy pesado, sobre todo si estamos pensando en gentes del barrio citado y de los adscritos al Opus, tan bienolientes ellos.
Mira que en pocos días el tal Fernández Diaz ha dicho cosas verdaderamente increíbles, impensables y, además, que le han obligado (no sé si de motu propio o por imposición de la Jefatura) a rectificar y casi, como exige día sí y día no a todos los presos que salen de la prisión, a pedir perdón por lo públicamente manifestado.
¿Es necesario recordar sus más recientes propuestas respecto de la resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a propósito de la denominada doctrina Parot?
Estimo que este hombre nos va a proponer un día, y a no tardar, el salir de la UE, porque no hay quien soporte tantas resoluciones equivocadas como las adoptadas por esos 17 magistrados que parece han conseguido su titulación no en las mejores Universidades europeas, sino en la Comisaría de Canillas. ”De feliz recordatorio” para cuantos han pasado por ella, sobre todo si militaban o pertenecían al círculo de ETA o del “todo es ETA” de D. Baltasar Garzón.
Wert
Y para final, con el fin de cerrar este triste círculo, no nos deberíamos olvidar del Sr. Wert, a la sazón ministro de Educación, del que debería esperarse la puesta en circulación de leyes y disposiciónes que contentaran al menos a alguno más que a sus propios correligionarios.
Considero que la solución a los problemas delincuenciales que hoy se han puesto y siguen poniéndose de manifiesto en toda la prensa del país solo tendrán solución cuando Educación tome en sus manos las riendas del sistema. Sólo si educamos en valores a la ciudadanía, a los escolares, desde su más tierna y posible infancia, lograremos hacer desaparecer la lacra que supone la existencia de los delincuentes.
Pero mucho me temo que el Sr. Wert no está por la labor. Educación, en la doctrina del PP, no está para eso. No se trata de crear buenos ciudadanos, sino buenos ingenieros, arquitectos, médicos y, porqué no decirlo, abogados, jueces y magistrados que rindan convenientemente a la sociedad, pero… ¿por qué y para qué queremos buenos ciudadanos? ¿Qué haríamos con toda la Policía, los ejércitos y los fabricantes de todos los arsenales que los mismos transportan y producen tan pingües beneficios a gentes cercanas al poder?
No recuerdo ni medianamente bien cuántas veces he utilizado el argumento de que la solución, si no total sí al menos parcial, de los conflictos que asolan al mundo, pasan por una buena educación. Y por la eliminación de la pobreza, creadora de conflictos que solo producen muerte y desolación, que no hacen más que enriquecer a los causantes de los mismos, porque generalmente todo esto produce destrucción de casi todo, y ¿quién hace la consiguiente vuelta a la reconstrucción de lo destruido. Los amigos de los causantes, con sus grandes empresas constructores.
Habría que dedicar más tiempo en los hogares, en los centros educativos, Colegios y en las Universidades, a formar gente bien educada (nada que ver con las buenas maneras aunque éstas no estorben, porque constituyen como el derecho procesal de las relaciones humanas de fondo) en valores como la justicia, la solidaridad, la caridad. En fin, en la imitación de personajes que hicieron de su vida, o al menos una parte importante de la misma, una entrega completa a los demás, pensando que lo importante son los otros, dejando a un lado el “yo mismo”, el yoyoismo, para adentrarse en las necesidades de los prójimos. Y en este sentido nos deberíamos aplicar a estudiar -sí, estudiar, no sólo leer como si de una novelita se tratara- la vida de quienes se sacrificaron y pasaron a la historia, no como Carlomagno, Atila, Alejandro, Jerjes y demás conquistadores del mundo moderno y contemporáneo.
No deberíamos olvidar nunca, y habían de estar presentes en nuestras vidas, hombres como Ghandi, Lanza del Vasto, Luther King. O, ya que estamos, el Mandela de la segunda parte de su vida, cuando salió de prisión donde aprendió a convivir desde la renuncia a sus propios, lógicos, aunque irracionales anhelos de venganza, poniendo sobre la mesa los deseos, esperanzas y necesidades de los demás. Los de su pueblo.
¡Cuántos años perdidos!. Cuántos dedicados al cultivo de la venganza, de la destrucción del enemigo. Y sin embargo, aún parece que no nos hemos dado cuenta de que nada de cuanto hemos hecho hasta ahora -llámense crímenes de Estado, a medio de muertes, torturas, daños, leyes incumplidas, muertes alevosas, la existencia de jueces y tribunales que creyeron haberse encontrado a sí mismos y su mesiánica finalidad en este mundo, en el encarcelamiento sine die de todos a los que ellos consideraban como los causantes de las desdichas que sufría la humanidad, nada de todo ello sirve sin hacer un análisis ni medianamente a fondo de las causas que llevaron a esos hombres a la comisión de esos delitos.
Hoy rigen nuestros destinos como ciudadanos un conjunto de políticos para los que ponerse a discurrir cómo podría ser posible la solución de los conflictos sólo pasa por la represión cada vez más brutal y que además comporta el hecho de que, impuesta la sanción y cumplida la pena, se pone en funcionamiento un nuevo sistema, cuya finalidad no es otra que, con olvido, desprecio y hasta maldición del sistema legal, se alarguen las penas, se obligue a cumplimientos ilegales de las mismas con el fin de satisfacer unos deseos de venganza, que ya han sido debidamente satisfechos con las sentencias dictadas por los tribunales competentes.
Junto a ello, el daño que a la solución del conflicto están ocasionando ciertos medios y sus tertulianos, a veces revestidos de tintes progresistas (aún recuerdo un debate que sobre la doctrina Parot mantuvieron hace escasos días el progre Javier Nart y la feminista Lidia Falcón, que me dejó tan boquiabierto que aún no he logrado cerrar las mandíbulas de mi sorpresa). Causaba verdadero estupor comprobar cómo quien podía mostrarse contraria a la doctrina Parot y la resolución del TEDH, Lidia Falcón, mantenía la necesidad de respetar, obedecer y aplicar a todos los presos -incluidos violadores y asesinos en serie- la resolución del Tribunal europeo, en tanto que el Sr. Nart, presuntuoso él, en otras ocasiones, de pureza socialista y progresismo incomprendido, sostenía la necesidad, sin base legal alguna, de que todos estos señores, etarras y comunes, permanecieran en prisión, aún y a pesar de lo dicho, mantenido y obligatoriamente resuelto por el Tribunal europeo.
Admiración por Lidia Falcón que, con el ardor de siempre, supo mantener la única interpretación racional, lógica y literalmente adecuada de una sentencia, que vuelve a dar en la cabeza a una España que ya ha sido condenada por ese tribunal en demasiadas ocasiones, lo que dice poco y mal de los jueces patrioteros. Mal, fatal por el permanentemente enfadado Sr. Nart, que no se cansa de presumir de ilustre penalista, pero que cuando políticamente le importa no deja de apuntarse a los más fachas de Intereconomía o de las Asociaciones al uso, y que últimamente están manteniendo vivos, sobre la base de la llamada acción popular y sin riesgo alguno para sus fines políticos, ciertos procedimientos que, como éste, debían desaparecer de las sedes judiciales.
¡Qué bonito comprobar cómo el sabio penalista hubo de guardar silencio ante el cúmulo de principios generales del derecho que le fueron siendo esgrimidos por Lidia y antes los cuales era evidente que tan solo cabía el silencio, porque la razón estaba del lado de ésta.
Pues bien. Ante una sentencia que nos gustará más o menos pero que obliga a lo que obliga se posiciona toda la prensa (hasta El País) y bendicen la posición de Gallardón y cia. de que no se debía obedecer lo que el Tribunal Europeo ha dicho, sino que se llama a la rebelión, creando de ese modo un caldo de cultivo peligroso y mantenedor de las más bajas pasiones que siempre han adornado a nuestra ultraderecha, alcanzando ya incluso a la derecha, porque aquí de lo que se trata es de ser europeos cuando conviene a nuestros intereses, pero españolazos cuando algo no nos conviene o simplemente no nos gusta.
He de confesarles que oyendo, viendo, leyendo y oyendo todo lo que se ha dicho y sigue diciendo acerca de este asunto, no sé por qué razón no nos han echado de la Unión Europea, porque se ha condenado en varias ocasiones a prácticamente todos los países de la Unión, pero no he podido comprobar campaña tan sucia como la que los diecisiete magistrados han debido soportar por haber resuelto una situación que atentaba contra la esencia del derecho penal. El de la irretroactividad de las leyes penales. ¡Pero a quién carajo de los miembros de nuestros T. Supremo y T. Constitucional se le ocurrió aceptar que podía ser aplicable el principio de irretroactividad penal!
Con estos mimbres y personajes con quien nos ha tocado convivir, no sería malo que alguien en Alemania se dedicara a la fabricación de una enorme sierra con la que cortar España por los Pirineos, y a continuación, partida convenientemente, arrastrarla, como a un Prestige cualquiera, mar adentro, y anclarla sola en medio del océano, porque comprenderemos que convivir con semejantes energúmenos a los que solo importa las leyes que se aprueban en tanto en cuanto sirvan a sus propios intereses, no es nada saludable. En todo caso es contaminante.
¡Ah!, y producido el corte, podemos aprovechar vascos , catalanes y algunos gallegos para seguir usando la cizalla, cortar Euskadi, Galicia y Cataluña para formar un Estado común y aparte, acabando de ese modo con el problema que tenemos con quienes han demostrado cumplida y ferozmente que para ellos las leyes no son de aplicación, sirven de poco y en consecuencia vayámonos por otros rumbos, ya que esta España en la que muchos creíamos, no sirve realmente para nada.
(http://www.rpublica.org/contenidos/opinion/2137-reflexiones-en-tono-menor-sobre-tres-ministros)